Autor invitado: Juan José García-Noblejas.
Leí esta pregunta en el Times de hace unos días: It’s original, but is it any good? Veamos. El caso es que – a poco que lo que hagamos tenga algo de arte, también en la blogosfera – en principio hoy está bien visto ser original. Y también parece bueno acelerar y llegar enseguida a algo que sea o parezca original, innovador. Distinto. Instalados con fugacidad en el presente, parecemos hipnotizados por el futuro.
Pero en algún momento aparecen preguntas, dudas y matices. Como reprochaba McLuhan a su época, parece que aún conducimos a gran velocidad, sin saber o querer usar el retrovisor: ignorantes de que ir hacia el futuro implica saber del pasado. Porque (manido pero cierto), según dice Santayana y suele atribuirse a Churchill, quienes ignoran su pasado están condenados a repetirlo. Quien no sabe a hombros de qué gigantes otea el horizonte, está más bien perdido.
Es paradójico que, olvidando el origen, nos empeñemos en ser originales. No Roots, No Tree, No Family, No Me, cantan Faithless. Es paradójico que nos empeñemos en resolver problemas nuevos, no planteados. Como lo es empeñarnos en responder preguntas que nadie hace, cuando sabemos que lo inteligente es saber hacer buenas y sabrosas preguntas, como dice Clooney , y no sermonear.
Menos mal que -de vez en cuando- la vida nos atropella con algunas preguntas, antes de que la atropellemos con nuestras respuestas de acelerados buscadores de originalidades. He de decir paladinamente que en los días pasados, la vida me ha atropellado: unas deudas académicas por aquí, un mal cálculo de tiempos, esfuerzos y resultados por allá, y la muerte inesperada de gente próxima: eso (valga como excusatio non petita) es lo que me ha dejado sin escribir aquí. Pero estos atropellos de la vida siempre dejan buenos retemblores. O buenas vibraciones, como diría Miguel Induráin. Supongo que también es así en otros atropellos de la vida, como el reciente de Juan Varela (recupérate tranquilo, sin mucha neuromancia ni reverbero nietzscheano). No somos ni de piedra ni de cartón-piedra.
Estos atropellos de la vida (apuros de trabajo, alientos vecinos de la parca), son a la postre saludables. No insisto, pero nos ponen en nuestro sitio: ni estamos solos, ni somos el último dernier. Debemos mucho a quienes nos precedieron, y nos debemos a los demás. De otro modo – y sin ahora argumentar con la pietas clásica- viviríamos sin piedad, como sugería aquel título de Sydney Lumet (12 Angry Men), o bien sin perdón como aquel otro de Clint Eastwood (Unforgiven). Porque la piedad y el perdón son pócimas necesarias para restañar heridas, indispensables para vivir. Y tiene que ver con la actualidad del pasado.
Quizá parece que esto tan someramente evocado no tiene que ver con la originalidad artística leído en el Times. No es así: la piedad lleva a tomar en serio los legados de quienes nos precedieron y el perdón es asunto de ordinario toma y daca en cuestiones de seriedad en la innovación artística. Eso, sabiéndose inserto en una tradición, y sin creer haber nacido por generación espontánea. De ahí que el articulista del Times, Grayson Perry, cite a Von Mises: «Innovation is the whim (el capricho) of an elite before it becomes the need of the public».
Pero el articulista también dice que «terms such as innovative, original, ground-breaking and cutting-edge» le inducen a la sospecha, si vienen de labios de artistas, porque son palabras tomadas del vocabulario de los agentes de relaciones públicas. Jamás las usaría un artista digno de tal nombre para hablar de lo que hace.
Y pone el dedo en la llaga de las palabras. Las que se refieren al pasado, como feas y fuera de lugar, mientras que las que parecen aludir al presente o al futuro parecen brillantes y hermosas: «In art, tradition, the opposite of new, has long taken a back seat; in fact, it seems to have become almost a dirty word. Freshness, revolution, originality are the holy grail».
Quien mas, quien menos, casi todos tenemos experiencia de haber querido ser, de entrada, originales sobre todo en tiempos -digamos- de iniciación. Tiempos en que la moneda de curso legal era la originalidad y el miedo a que alguien nos copiara. Ideas que se volatilizaban pronto: cuando se estudiaba historia del arte, enseguida se llegaba a la conclusión (también errónea) de que ya todo se había hecho antes.
Más allá de lo que se juegue con las palabras, siempre es bueno e importante resultar original. Pero es una futilidad inútil buscar serlo. Lo importante y lo bueno del arte, como de la vida feliz, es algo que de ordinario llega con la sorpresa inesperada de encontrarlo entre las manos o con la fugacidad de lo visto con el rabillo del ojo. Como el aviso del soplo de la parca. Todo menos buscarlo de frente y a toda costa.
(Nos vemos: Beers & Blogs el viernes en Pamplona)