Autor invitado: Juan José García-Noblejas.
Imagino que, siendo bien conocido el tema (Chris Anderson, The Long Tail), no está de más insistir en un aspecto. Me refiero a la importancia de las noticias y las opiniones «viejas». Y no sólo a la de las «nuevas».
Lo encuentro mencionado en el blog de Francis Pisani: uno de los cambios que ha introducido Google en la vida de la red proviene de que uno de sus criterios mide la pertinencia de una página en función de los «links» recibidos y no en función de su «novedad».
Es decir, tiene más importancia lo que los lectores tienen interés en leer, a lo largo del tiempo, que la estricta «rabiosa actualidad» de la noticia.
He tenido ocasión de comprobarlo -como cualquiera que escriba un blog-, al ver, primero con asombro y poco a poco con normalidad, que hay anotaciones de hace muchos meses (años), que siguen siendo visitadas con regularidad (como, por ejemplo, esta o, o esta, o esta otra).
Se trata de un fenómeno que sin duda deberían tener algo más en cuenta las publicaciones periodísticas (sean diarios o radios o televisones), tengan o no una web activa en la red. Y no sólo por aquello de rentabilizar su archivo. Incluso de la mano aparentemente desinteresada de Google. Si el interés del lector, ahora a punto de acostumbrarse a noticias «nuevas» gratuitas y a opiniones «nuevas» de pago, resulta que se encuentra frenado por los 5 dólares que debe pagar por leer noticias y opiniones que son «viejas», pero resulta de «actualidad», algo va a cambiar en la relación de los lectores con los medios en la red.
Y se trata de un fenómeno que igualmente, sin duda, no vendría nada mal que fuera tenido en cuenta entre los académicos que se ocupan de la comunicación y la información periodística. Resulta poco prometedor -a la vista de lo que sucede- que no haya aún un tratamiento académico adecuado para hablar de la importancia de las noticias «viejas».
A lo mejor resulta que, además de las investigaciones operativas al uso, lo que hay que hacer es repensar la noción de «actualidad», también periodística. Porque es muy probable que a efectos prácticos tenga mucho más que ver con lo que los filósofos llaman «estar en acto» (en vez de «en potencia»), que sólo con el mero período de tiempo que ha pasado desde que un suceso tuvo lugar, o desde que salió la anterior edición del periódico.
No está de más caer en la cuenta de que El Quijote o la Biblia resultan de «actualidad», son actuales, no porque se celebre un aniversario de publicación, o se hable ahora de diálogos interreligiosos, sino porque esos libros son genuinas «noticias viejas», siempre actuales para saber quienes somos.
Eso, sin recordar la conocida frase de Ezra Pound, que viene a decir que las grandes novelas dan «noticias que siempre son noticias».
Frente (o junto) a la «rabiosa actualidad» de las «noticias nuevas», no está de más ver qué pasa con la «actualidad permanente» de estas «noticias viejas». Está en juego la «actualidad» desligada del momento presente, que ahora ya sabemos que buscan los lectores en general, que no coincide ya solo con la decidida o promovida por los mismos medios, por razones profesionales o con motivos comerciales, propagandísticos o ideológicos.