Llevaba mucho tiempo sin consultar Google Reader, que hasta hace unos meses era una de mis rutinas cotidianas, y aunque es cierto que Google lo ha ido desactivando paulatinamente en beneficio de G+, también es claro que Twitter ha ido ocupando paulatinamente su lugar.
En la medida en que nuestros amigos se han convertido en filtros informativos a través de lo que comparten en las redes sociales, la tediosa consulta del lector de fuentes RSS ha dejado lugar a las conversaciones y retuiteos que, ciertamente, resultan más amables, personales y divertidas.
Indudablemente, en el camino hemos perdido muchas cosas relativas a la consulta sistemática de fuentes, pero no veo un modo muy eficaz de recuperarlas. Después de Twitter vienen las revistas digitales, agregadores sociales o como quiera que se llamen los flipboards y zites que nos ayuden a recuperar las visiones de conjunto que anteriormente teníamos que construir en solitario.
Como siempre ha ocurrido, las nuevas soluciones generan nuevos problemas. La dimensión social aportada por las redes como sistema de filtrado distribuido nos ha ayudado a gestionar el ya inmanejable volumen de posts que se acumulaba en el reader, pero a su vez el temor a «too much social» comienza a emerger como cierta saturación informativa y social.
Tenemos que repensar nuestra dieta informativa, y posiblemente volvamos a encontrarnos, como en los comienzos de la blogosfera, con la necesidad de descubrir prescriptores informativos y curadores digitales que dominen muy bien un área de conocimiento pero que no nos saturen.