Llevamos veinte años hablando del futuro del periodismo y de la revolución digital.
Es hora de asumir que el futuro ya llegó y que lo digital ya es estándar.
Ahora hay que reinventar lo viejo y construir lo nuevo sabiendo que, aunque el escenario en el que estamos es irreversible, seguirá mutando.
Buena parte de las principales innovaciones en comunicación de estas dos últimas décadas no han tenido su origen en el sector de los medios, sino en el ámbito de las empresas tecnológicas.
Los viejos medios, que inicialmente despreciaron el impacto de los nuevos jugadores, ahora pretenden castigarlos.
Es como si las empresas de ferrocarriles exigieran a la administración que penalice con tasas a las aerolíneas porque han socavado parte de sus mercados, o como si las administraciones de correos pretendieran aplicar una tasa sobre cada correo electrónico enviado, para sufragar sus pérdidas.
No hay que proteger a los viejos medios a costa de los nuevos, pero hay que ayudarles a mejorar sus eficiencias y a incorporar la innovación a su cultura.
Viejos y nuevos medios van a convivir todavía durante mucho tiempo en un entorno que estará cada vez más condicionado por las decisiones y las prácticas de los usuarios. Esa será la brújula del sector, y todo lo demás seguirán siendo cartas a los Reyes Magos de turno.