La desconexiones temporales frecuentes de los dispositivos informáticos y de las redes sociales (digital detox) se han convertido en la nueva dieta digital para evitar la obesidad informativa.
En un artículo anterior nos preguntamos ¿Qué estamos perdiendo por vivir siempre conectados?, y acordamos que “sin despreciar las ventajas de una conectividad que se ha vuelto irreversible, deberíamos proponernos el ejercicio de realizar desconexiones periódicas voluntarias para recuperar algo de lo que la hiperconectividad se está llevando por delante”.
El diagnóstico
Paulatinamente nos vamos haciendo cargo de la cantidad de horas que pasamos diariamente pendientes de computadoras, laptops, tabletas y celulares, así como de la importancia que han cobrado las redes sociales en la mediatización de casi todas nuestras experiencias vitales.
A nuestro alrededor, en casa, en la universidad, en la oficina y por las calles, los celulares concentran la mirada y la atención de todos, en escenas cada vez más próximas al apocalipsis zombi de la ciencia ficción o al futuro distópico que nos anticipa Black Mirror.
Con los dispositivos que facilitan nuestra hiperconectividad, se ha verificado nuevamente el gran hallazgo de McLuhan: “modelamos nuestras herramientas y luego éstas nos modelan a nosotros”. Los teléfonos inteligentes se han convertido en prótesis sociales y parece que ya no sabemos vivir sin ellos. El síndrome ya tiene nombre, nomofobia (no-mobile-phone phobia), el miedo a estar incomunicados sin el teléfono o a salir de casa sin llevarlo.
Junto a una mayor conciencia de nuestra creciente dependencia tecnológica, el abuso en la comercialización de los datos que conforman la huella digital de los usuarios en las redes sociales, han creado el clima propicio para la práctica de la desintoxicación (detox) digital.
El tratamiento
¿Cómo hacer un detox digital para que resulte efectivo? Tiene que ser gradual y frecuente, hay que planificarlo y tiene que estar motivado.
1. Gradual
Para que el digital detox no termine como otra lista de buenos propósitos incumplidos, es bueno comenzar con desconexiones diarias de treinta minutos o de una hora que, paulatinamente se pueden extender a media jornada, luego a un día entero y finalmente, a un fin de semana.
2. Regular
Para poder convertir la práctica de la desconexión voluntaria en un hábito, hay que repetirla con una frecuencia prefijada (todos los días, todas las semanas o todos los meses).
3. Planificado
Según la edad y la actividad del usuario, pueden organizarse diversas modalidades de desconexión: por horas del día, por días de la semana, por actividades (sin teléfonos a la hora de comer o de dormir), por lugares (sin teléfonos en el baño o en la habitación), por períodos (fines de semana, vacaciones, fiestas, etc.).
4. Motivado
Es conveniente que cada uno examine las razones que le llevan a practicar la desconexión, ya que si no hay motivos claros y explícitos, es muy difícil someterse a cualquier tipo de abstinencia. Además, los motivos operan también como objetivos que ayudan a visualizar los resultados: disminuir el estrés, reconectar con el mundo físico, estar más pendiente de los demás, mejorar la capacidad de atención, incrementar la productividad o gestionar mejor el tiempo.
Actividades alternativas y complementarias
El tiempo de desconexión hay que ocuparlo con actividades alternativas, para aprovecharlo y para generar nuevos hábitos. Personalmente, lo que mejor me ha funcionado es la lectura, pero pueden probar con deportes, hobbies, turismo, juegos de mesa, dibujo, escritura (con lápices) y fotografía (con cámaras).
Finalmente y pensando en la reconexión, hay que plantearse algunas actividades complementarias al digital detox que tienen que ver con la gestión de la dieta informativa: eliminar del teléfono las aplicaciones que no sean esenciales, desactivar las notificaciones (confirmo que se puede vivir sin ellas), utilizar más el modo avión y el modo “night shift” (atenuación nocturna del brillo de pantalla), seleccionar con un criterio más estricto nuestras fuentes de noticias en redes sociales y abandonar los grupos tóxicos de mensajería instantánea.
Repitiendo lo dicho en mi artículo anterior: “hay que desconectar más para conectar mejor”. Las desconexiones periódicas voluntarias son una buena forma de repensar nuestra relación con la tecnología y también de revisar la calidad de nuestras interacciones sociales en el mundo físico.
Publicado originalmente en Protege tu corazón (7/5/18). Anteriores: El alto precio que pagamos por vivir siempre conectados, Identidad digital y redes sociales y La hora de educar para una comunicación no hostil.