Para destrabar la vieja polémica acerca del uso de redes sociales en los espacios académicos, conviene situar el tema en la perspectiva de las tecnologías educativas y estar dispuesto a asumir el cambio cultural que la hiperconectividad ya ha provocado en nuestros estudiantes.
La televisión, el video, las computadoras y ahora los teléfonos y las tabletas, han generado debates similares cuando han llegado a las aulas.
Entre las posiciones extremas de quienes perciben las innovaciones tecnológicas como una amenaza y de quienes las abrazan como una solución mágica, cabe el enfoque prudente de quienes se plantean las condiciones de posibilidad para un uso pedagógicamente responsable de las nuevas herramientas.
Toda vez que las tecnologías de la información resultan de suyo cognitivas, no es posible sustraerse al impacto cultural y educativo que conlleva su adopción.
La academia tiene que hacer un mayor esfuerzo para entender las transformaciones culturales que acarrea la hiperconectividad y, en lugar de luchar contra ella, ha de repensar los métodos de trabajo y comunicación con los estudiantes, dentro y fuera del aula.
Qué podemos aprender de nuestros estudiantes
#1: Que no hay por qué demonizar una tecnología que se ha convertido en parte de su cultura. La adopción masiva de dispositivos móviles y redes sociales hace de la hiperconectividad una condición “ambiental” sobre (y no contra) la que hay que educar.
#2: Que si se distraen en clase, a lo mejor el problema no sea la tecnología que tienen alrededor o encima, sino que los contenidos y los métodos de la docencia no les resultan estimulantes. Cuando conseguimos atraer la atención de los estudiantes (o de cualquier otra audiencia) la tecnología pasa a un segundo plano, o bien se utiliza para registrar y compartir una sesión interesante.
#3: Que el contenido y el estilo de lo que comparten en las redes nos ayuda a conocer más y comprender mejor tanto su lenguaje como sus preocupaciones vitales. Sin necesidad de convertirse en un “stalker”, la monitorización discreta del aula en las redes permite al docente disponer de un “feedback” muy valioso para sintonizar mejor con los alumnos.
#4: Que cada plataforma tiene sus propios códigos y que no todas son adecuadas para interactuar con ellos sobre asuntos académicos. Además, hay que calibrar con cuidado qué interacciones pueden ser públicas y cuáles es mejor mantener mediante mensajes privados.
#5: Que las redes sociales se pueden integrar en trabajos de clase, especialmente en proyectos finales, para dar visibilidad a los logros más destacados de los alumnos. La conversación pública sobre la actividad académica contribuye, además, a mejorar la visibilidad de los propios centros.
Qué tenemos que enseñar a nuestros estudiantes
#6: Que tienen que desconectar más para conectar mejor. Las desconexiones periódicas voluntarias, así como las asociadas a ciertos espacios y actividades, son indispensables para llevar una vida social sana y para poder realizar tareas que exigen atención profunda y concentración prolongada.
#7: Que tienen que ser conscientes de que todo lo que comparten en las redes deja una huella rastreable que conforma su identidad digital. Todo lo publicado en perfiles abiertos es público y convierte a sus nombres en marcas personales que son valoradas por el resto de los usuarios (incluyendo familiares y empleadores, presentes y futuros) en términos de reputación.
#8: Que las redes sociales, además de los usos autobiográficos, tienen funciones temáticas que hay que aprender a explotar. El seguimiento de fuentes relacionadas con el ámbito científico de la asignatura y el desarrollo de cuentas asociadas a proyectos de clase, pueden ser aspectos a trabajar de forma conjunta con los alumnos.
#9: Que las redes sociales pueden ser un trampolín para comenzar a construir su reputación profesional, aportando valor y no solo contando su vida. En este sentido, hay que ayudarles a discriminar canales y contenidos, diferenciando estratégicamente los usos personales y los usos profesionales.
#10: Que las redes sociales son herramientas muy poderosas que hay que usar de manera inteligente, manteniendo la capacidad de gobernar su uso y evitando que tomen las riendas de la propia vida.
Tanto los padres como los maestros tienen que plantearse que si los dispositivos móviles se prohíben en la escuela y se demonizan en casa, entonces las nuevas generaciones no van a disponer de referentes educativos para hacerse cargo de las tecnologías que de modo más radical están configurando su vida personal, social, familiar y laboral.
Publicado originalmente en Protege tu corazón (4/6/18). Anterior: Llega el detox digital: desconexiones periódicas voluntarias.