Para explicar la futilidad de las continuas maquinaciones de los editores de prensa en sus vanos intentos de protegerse de internet, ensayaré una fábula postal.
Durante los años 90 del siglo pasado, la creciente adopción del llamado “correo electrónico” en virtud de sus condiciones de instantaneidad, gratuidad y simplicidad, llevaron a las administraciones públicas de correos a iniciar un movimiento global de protesta ante el “intrusismo de empresas que pretenden atribuirse el servicio de transporte de mensajes en desmedro de la institución postal”.
Los servicios postales reclamaron a las instituciones europeas la inmediata adopción de medidas por las que se impida a los portales de Internet y otras empresas punto com que llamen a su negocio “correo electrónico”, solicitan el aumento de las tarifas postales y sanciones a los usuarios que empleen sistemas ajenos al correo postal para el intercambio de mensajes textuales. “Nunca admitiremos que una institución como el servicio de correos desaparezca por la absurda pretensión de algunas empresas privadas de brindar servicios de mensajería electrónicos de manera gratuita y sin ningún tipo de garantía para los usuarios”, afirmaron en rueda de prensa los directivos de la unión postal, que además advirtieron: “habrá consecuencias irremediables para nuestra cultura si desaparecen los sobres, los sellos y los carteros de nuestras ciudades. El correo podrá ser muchas cosas, pero desde luego nunca será electrónico, ni gratuito”.
Las autoridades europeas han comprometido su empeño en buscar fórmulas para la protección del sector postal, que incluyen incentivos para la instalación de buzones de diseño, partidas para la renovación de las flotas de transporte, ayudas para la contratación de carteros y una fuerte subida de las tarifas postales.