Autor invitado: Juan José García-Noblejas.
Todos sabemos ya que el fisking, no es necesariamente el «bad reporting» que Andrew Sullivan atribuyó a Robert Fisk en Instapundit, sino un cierto describir crítico de un artículo, o un modo de argumentar reflejado en ese artículo. A continuación sigue un soft fisking a propósito de lo publicado en El País como Zapatero y Erdogan ponen en marcha en Mallorca la Alianza de Civilizaciones, que no quisiera ser ni bad reporting ni un excéntrico sacar las cosas de contexto.
El caso es que si uno no es sofista ni un cínico escéptico- no hay peor situación que la de quien se enreda con las palabras y no consigue llegar con ellas a las cosas concretas. O la de quien distingue de modo demasiado tajante, claro y rápido entre la realidad de determinados «hechos» y la de determinadas «ficciones». Otro día escribiré más al respecto, pero hoy escribo provocado por las palabras de El País que cuentan del presidente Zapatero en Calviá (Mallorca) y sus trabajos en el llamado «Grupo de Alto Nivel (GAN)» de la «Alianza de Civilizaciones» que promueve. Y el caso es que me siento enredado con esas dos grandes palabras, sin saber en este caso de qué hablan o por qué realidad están. Y también parece de recibo sentir un ligero desconcierto al pensar qué hará el «Grupo de Bajo Nivel (GBN)». Porque el que haya un Grupo de «Alto Nivel» da a entender que hay al menos otro (no quiero pensar que sean varios) de «Bajo Nivel», también con mayúsculas.
Quizá se trata de una sutil y novedosa «Alianza» que pretende resolver lo que no hace la Organización de Naciones Unidas (ONU) de Kofi Annan, con la ventaja de no tener que explicar a nadie cuales son esas civilizaciones concretas que se alían, ni quienes son los que hablan o deberían hacerlo y en nombre de qué y de quiénes lo hacen. ¿En nombre de qué o de quién, cabe preguntarse, habla Zapatero con el rabino americano Arthur Shneier, o el primer ministro turco, Tayip Erdogan, con Desmond Tutu? Se entiende muy bien que todos los reunidos en Mallorca estén por el bien común y por la concordia y la justicia, y contra el mal y la injusticia. Da la impresión de que, sin necesidad de irnos a Mallorca ni hacernos fotos, en eso estamos todos los demás ciudadanos del mundo mundial. Lo difícil, como siempre, es concretar esas hermosas ideas en la realidad real.
No está claro si esas «civilizaciones» de que se habla, se alían porque tienen que ver directa o transversalmente con determinados países, lenguas, religiones, razas o culturas. O si se trata de «civilizaciones» del ocio digital, del trabajo esclavizado, del analfabetismo, de la miseria moral o material, o bien se trata -digamos, por ejemplo- de aunar «civilizaciones» posmodernas y premodernas, con parecidas o discordantes razones económicas, tecnológicas, de libertad de expresión, derechos humanos, etc. O quizá sucede que es todo eso junto y más cosas a la vez.
Hablando en plata, parece que se trata de asuntos ideales, de palabras y conceptos abstractos, nebulosos o vaporosos, mucho más fáciles de manejar y de encajar entre sí, que las cosas concretas, reales, aterrizadas, con los innumerables roces y problemas concretos que siempre presentan. Los asistentes a la reunión de Mallorca, además de hacerse una foto en Calviá, que ha costado 3,1 millones de euros de dineros públicos, tienen poca sustancia concreta que presentar en su esforzado trabajo de aliar civilizaciones.
Dice El País, con la esperanza de aclarar algo más las cosas, que «el presidente español también ha destacado que la iniciativa se dirige a la sociedad civil, a las instituciones y Gobiernos, con ‘especial interés por los jóvenes’, y que requiere la participación de ‘personas influyentes’, procedentes no necesariamente del mundo de la política, sino de la cultura, del arte o del deporte». De todos modos, también añade El País, concluyendo su crónica, que «según la escasa información emanada hasta ahora del GAN, se espera que los expertos propongan proyectos de cooperación e intercambio entre países principalmente en áreas de cultura, educación y medios de comunicación y prensa».
Esperemos, pues, a ver qué proponen esos expertos -tan importantes como desconocidos- que siempre parecen estar a mano, ya que El País se pronuncia por un impersonal, y no reflexivo, «se espera». Pero sabiendo que las cuestiones vuelven a nacer: porque ¿quién espera? y ¿qué esperan esos que esperan? Es de temer que esta «Alianza de Civilizaciones» sea una simple ficción de palabras, un castillo de naipes, una simple logomaquia, en fin. Es de temer que sólo sea una idea brillante de un consultor de imagen que ha terminado por gustar como capote que desvía la atención de otros asuntos políticos efectivos y reales, de algunos guirigays difíciles de solventar. Por ejemplo, el asunto de hacer una simple «alianza de autonomías», de culturas, gobiernos locales, tradiciones, creencias religiosas y laicistas, de políticas audiovisuales y controles periodísticos, de ricos y pobres, de agricultores y funcionarios, de razas y regiones… en España, para empezar.
Hasta aquí traen o llevan unas pocas y simples palabras que no terminan de señalar o significar realidades concretas en nuestro mundo de todos los días.