Las entradas de Natalia Zuazo (Puteá ahora) y de Julián Paredes (La blogósfera angurrienta), coautores del Blog de Pablo Manicini (que supongo que tendrá que cambiar de nombre), me han desconcertado tanto por el lugar en el que se publican como por el tipo de argumentos que se esgrimen para cerrar los comentarios.
Es posible que se trate de un experimento, pues dicen: «El blog está en plena transformación y con el tiempo iremos puliendo esta idea», pero seguramente había formas más diplomáticas de plantear el asunto.
El tema de los comentarios abiertos/cerrados/moderados es uno de los debates recurrentes de la blogosfera, y lo cierto es que aunque originariamente los comentarios no fueron un elemento estructural de los blogs, paulatinamente se han integrado en la cultura del medio.
Cuando un blog cambia de escala (que fue el caso de Microsiervos), o bien cuando un medio masivo se lanza a la blogosfera, inevitablemente la gestión de la interactividad con los lectores se convierte en un problema, al menos si se pretende que el blog sea un espacio para la conversación («hablar familiarmente una o varias personas con otra u otras»).