Me entrevistó Diana Fernández Irusta para el suplemento Ideas del diario La Nación de Buenos Aires. Esto es lo que le conté:
¿Qué tipo de protagonismo tienen Internet, los motores de búsqueda y las «sugerencias» de algoritmos y robots en la circulación de materiales culturales en la red?
La transformación de la red internet en una gran plataforma social, ha convertido a nuestros amigos y vínculos en una fuente de prescripción. Más allá de la crítica tradicional, los medios sociales y los algoritmos de recomendación constituyen los nuevos mecanismos de filtrado social de noticias, opiniones, tendencias, productos y, por supuesto, consumos culturales.
¿Hasta qué punto la interpretación y la construcción del gusto (dos de las tareas de la crítica tradicional) son puestas en crisis por las nuevas prácticas comunicacionales, como los content curator o el periodista en tanto «curador» de la enorme circulación de materiales culturales en la red?
La red ha democratizado y amateurizado las funciones tradicionalmente asumidas por la crítica profesional en ámbitos como la gastronomía, el turismo y las industrias culturales.
Los consumidores buscan referentes más cercanos, menos interesados, más accesibles y confiables y los encuentran en sus propias redes. Por otra parte, los algoritmos de búsqueda y recomendación, en la medida en que se hacen más inteligentes y sociales, mejoran su capacidad predictiva. En consecuencia, las decisiones sobre consumo de productos y servicios culturales en mercados masivos, tienden a alejarse de la crítica establecida y se orientan, más bien, por el historial del propio usuario y por las pautas de consumo de las redes en las que participa.
¿Es válido considerar que el fenómeno de los booktubers prefigura cierto futuro de la crítica cultural?
Los vídeoblogs literarios, como antes lo hicieron los blogs sobre moda o sobre tecnología, los vídeos de gameplay o de gastronomía, son algunas de las múltiples facetas en las que se manifiesta la nueva capacidad de los consumidores de convertirse en embajadores de los productos que les apasionan.
En cualquier caso, tanto la crítica cultural, como en general el periodismo, tienen que adaptarse a un escenario en el que la comunicación pública ha dejado de estar gestionada en exclusiva por profesionales. La competencia infinita de los amateurs exige a los profesionales mayores niveles de excelencia.